13/10/07

LA IGLESIA DE JESUS, COMUNIDAD DE IGUALES

CON DIVERSIDAD DE CONDICIONES, DONES Y SERVICIOS

S A C R A M E N T O D E H E R M A N D A D
EN LA SOCIEDAD HUMANA
Por: RONALDO MUÑOZ


1. Como cristianos de pueblo y comunidades, sabemos que nuestra Iglesia en todos sus niveles, necesita y anhela ser más fiel a Jesucristo y acercarse más a la humanidad de hoy, renovándose según el Evangelio. Sabemos también que ese anhelo pasa por nuestra conversión -- como personas y comunidades, y también como institución – para ser una iglesia más fraternal y participativa, más acogedora y misericordiosa, más cercana y solidaria con los pobres.

2. El Evangelio, en efecto, nos presenta a Jesús de Nazaret, el Mesías-sirviente, que vive y actúa como un predicador popular, humilde y motivo de contradicción, que conversa con Dios en una intimidad nunca vista, que acoge a los marginados y come con los pecadores. En medio de su pueblo, él no es Maestro de la Ley, no es persona religiosa como los fariseos, no pertenece a los sacerdotes del templo ni ejerce ningún oficio en el culto. Él es un “laico” de pueblo humilde, y de los mismos convoca a la comunidad de sus discípulos y discípulas.

3. Tampoco viene Jesús a fundar una nueva secta, como son los fariseos o los esenios; no viene a establecer sobre su pueblo una nueva casta, como los Maestros de la Ley o los Sacerdotes; no viene a constituirse con los suyos en un nuevo poder sagrado – ordenador y benefactor – en alianza o en competencia con los poderes establecidos. El proyecto de Jesús, con su correspondiente estrategia, no es tampoco “fundar la iglesia” ( como una institución, con su orden y servicios ), sino anunciar y hacer presente en medio de su pueblo “el reinado de Dios”: a Dios mismo que se acerca de un modo nuevo -- como Padre misericordioso o maternal -- cambiando a las personas desde adentro ( desde el corazón ) y las relaciones sociales, desde abajo ( desde los pobres y excluidos ). Así pensaba Jesús hacer, primero del grupo de sus discípulos/as y luego (con ellos) de todo Israel, “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”.

4. Para eso Jesús forma su grupo de los Doce ( las doce tribus de Israel ), y en su camino con ellos y un círculo más amplio de discípulos y discípulas, los educa en la hermandad igualitaria, en el perdón y el servicio mutuos, en el compañerismo de la misión común. Al revés de los fariseos, les inculca que ellos tienen un sólo Padre y un sólo Maestro. Al revés de los sacerdotes, les muestra a un Dios que nos dice “Misericordia quiero, no sacrificios”. Al revés de los gobernantes, les enseña que ocupar el primer puesto es sentir y actuar como el sirviente. Por eso, precisamente, Jesús entra en conflicto con los intereses de las autoridades y con algunas expectativas mesiánicas de su pueblo, y termina llevado hasta la muerte de cruz.

5. Por eso, con el vuelco de Pascua y el don de Pentecostés, en todo el Nuevo Testamento aparecen comunidades fraternas, en convivencia sencilla y cálida, y compartiendo con los más pobres. Donde todos y cada uno son testigos y profetas, orantes inspirados y servidores, con diversidad de dones y ministerios ( lo cual no exime a esas comu- nidades de mezquindades y conflictos, como en todo grupo humano ). Allí se reconoce desde el principio la autoridad de los Apóstoles, de los Doce y de otros varones y mujeres ( como Bernabé y Pablo, Priscila y Áquila, Andrónico y Junia, Febe,... ): por haber caminado con Jesús y ser de los primeros testigos de su resurrección; por recibir del Resucitado un especial encargo de pastorear a los hermanos e ir delante en la misión. También se reconoce el ministerio itinerante de los profetas y los maestros. Y las mismas comunidades se van organizando -- diversamente, según regiones y culturas -- con ministerios estables de animación y coordinación, confirmados por los Apóstoles ( ministerios, ninguno de los cuales es designado como “sacerdocio”, ni orientado a presidir la Cena del Señor ). Pero el Espíritu de amor fraterno, de oración y profecía, se “derrama” en todos: en hombres y mujeres, en ancianos y jóvenes, en judíos y extranjeros,... Con las iniciativas y el concurso de todos se construye la comunidad eclesial, testigo y misionera, “cuerpo” visible y actuante de Jesu-Cristo en el mundo.

6. El mismo Jesu-Cristo, entregado hasta la muerte de cruz y resucitado por el Padre, es presentado en el Nuevo Testamento como el único Sacerdote de la Nueva Alianza, que vuelve inútiles al clero mediador y al culto segregado de la Antigua. Y así, el Nuevo Pueblo de Dios “en Jesu-Cristo”, tiene todo entero acceso directo al Padre, y es entero consagrado como pueblo profético, sacerdotal y real. Por eso, el cristianismo primitivo se extiende entre los pueblos de la tierra como una religión sin castas ni discriminaciones, sin templo ni sacerdotes, donde los ministerios más importantes son los del anuncio del Evangelio y la reflexión de la Palabra ligada a la vida: para “el culto espiritual” de “la fe que actúa por amor” en la vida cotidiana.

7. Y el Concilio Vaticano II, inspirándose sobre todo en la tradición juánica y siguiendo a los Padres de la Iglesia antigua, explica que la iglesia, como muchedumbre de hermanos, se muestra ( tendría que mostrarse ) “reunida por la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”; y en cuanto tal es ( debe ser ) “Sacramento” ( signo y herra- mienta ) de comunidad fraterna para la sociedad humana. Es que Dios mismo, para la fe cristiana, no es autocomplacencia solitaria, sino perfecta comunión de amor, de los Tres iguales y distintos: comunión sin monarquía ni subordinación, acogedora y solidaria hasta el extremo con la humanidad y el mundo.

8. Con este horizonte evangélico y teo-lógico, y recogiendo el anhelo “espiritual” del pueblo fiel y de sus pastores, tenemos que recuperar entre nosotros – con fidelidad creativa – el estilo y las estructuras de una iglesia fraterna y comunitaria, entera carismática, ministerial y misionera. Una iglesia donde “la vivencia de la comunión a que ha sido llamado la encuentre el cristiano en su comunidad de base... una comunidad que corresponda a un grupo homogéneo, con una dimensión que permita el trato personal fraterno entre sus miembros... comunidad de base que sea el primero y fundamental núcleo eclesial” ( Medellín ). Una Iglesia que viva en todos sus niveles la “comunión y participación” ( Puebla ). Una iglesia donde opiniones, iniciativas y tareas, sean acogidas, animadas y coordinadas flexiblemente, por “pastores humildes y cercanos, hermanos y servidores de sus comunidades” ( Santo Domingo ). Donde el discernimiento comunitario y la deliberación colegial sean practicados en todos los niveles: a fin de “resolver en común las cosas más importantes, contrastándolas con el parecer de muchos” ( Vaticano II ).

9. Así podremos, como comunidad de discípulos y discípulas de Jesús, ser sal y luz del Evangelio del reinado de Dios; en esta sociedad nuestra tan marcada por el individualismo competitivo, por la injusticia y la segregación social; tan herida por la imposición de quienes concentran los bienes materiales, el conocimiento y las decisiones.

































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